miércoles, 26 de enero de 2011

Los desafìos de las universidades en el Siglo XXI-Parte 2

La globalizaciòn impuesta. Sus caracterìsticas y su influencia en la educaiòn superior.

Si bien, como señalan varios analistas, la globalización es un nombre nuevo para un fenómeno viejo, la expansión del capi­talismo, no hay acuerdo en cuanto a lo que constituye la esen­cia de su modalidad actual.

Algunos sostienen que el núcleo central de la globaliza­ción no es la globalización financiera, sino más bien la ace­leración del comercio internacional por la apertura e interde­pendencia de los mercados, todo esto estimulado por el desa­rrollo extraordinario de las tecnologías de la comunicación y la información. Wallerstein, en cambio, nos habla de un sis­tema económico mundial, en el sentido que todos los estados nacionales estarían en diferentes grados integrados a una es­tructura económica central. Para García Canclini la globaliza­ción actual fue preparada por los procesos de internacionali­zación de la economía y la cultura y la transnacionalización basada en la organización de empresas o corporaciones cuyo radio de acción desborda las fronteras nacionales.”La globali­zación, nos dice, se fue preparando por estos dos procesos pre­vios a través de la intensificación de dependencias recíprocas, el crecimiento y la aceleración de las redes económicas y cul­turales, que operan en una escala mundial y sobre una base mundial”.[1] Para el profesor catalán Manuel Castells, “la globa­lización es un fenómeno nuevo basado en un sistema tecno­lógico de información, telecomunicaciones y transporte, que ha articulado a todo el planeta en una red de flujos en la que convergen funciones y unidades estratégicas dominantes de todos los ámbitos de la actividad humana”.

Para la OCDE, la globalización es “un sistema de produc­ción en el que una fracción cada vez mayor del valor y la ri­queza es generada y distribuida mundialmente para un con­junto de redes privadas relacionadas entre sí y manejada por grandes empresas transnacionales que constituyen estructu­ras concertadas de oferta, aprovechando plenamente las ven­tajas de la globalización financiera, núcleo central del proce­so”. Hay quienes dicen que la globalización consiste en la ca­pacidad de ciertas actividades de funcionar como unidad en tiempo real a escala planetaria.

La globalización encaminada a generar una mayor acumu­lación de capital, a nivel mundial, es designada por algunos autores, como “globalismo”, y responde a la ideología neoli­beral. “Este globalismo sostiene Frank J. Hinkelammert, no es un resultado necesario del proceso de globalización de men­sajes, cálculos, medios de transporte, sino un aprovechamien­to unilateral del mismo en función de una totalización de los mercados”. Y concluye: “Hay que proteger el mundo global del ataque mortal de parte de los globalizadores”. El globalismo es el que ha dividido a la humanidad en globalizadores y glo­balizados, que da como resultado una sociedad mundial dual, con un sector social reducido que aprovecha todas las venta­jas de la globalización y, por lo mismo, acumula cada vez más riquezas, y un amplio sector de globalizados excluidos de sus beneficios y cada vez más empobrecidos. El 80% del PIB mun­dial corresponde a los 1.100 millones de personas del mundo desarrollado y el 20% del PIB mundial a los 5.000 millones de los países en desarrollo. El ingreso de las 500 personas más ri­cas del mundo es mayor que el de los 416 millones más pobres del mundo (PNUD, 2005). Según la OIT, el 17.6% de los asa­lariados del mundo vive con el equivalente a un dólar diario. En América Latina y el Caribe, 74.5 millones de trabajadores viven con dos dólares diarios.

La concepción neo-liberal de la globalización significa libre mercado, desregulación, competitividad, individualismo, co­municaciones abiertas, privatización del sector público, etc.

La globalización vigente, la que están imponiendo al mundo los intereses económicos y financieros transnacionales, es la globalización neoliberal, en la que claramente predominan los intereses del capitalismo transnacional. Se pretende imponer, dice Aldo Ferrer, el pensamiento neoliberal como “pensamiento único”, o como dice mejor José Saramago, como “pensamien­to o”, pues no hay nada que pensar si el mercado lo hace y de­cide todo. En este escenario, donde no existirían paradigmas alternativos a la economía de mercado y la democracia neoli­beral, se llegaría, según Fukuyama al fin de la Historia, en el sentido hegeliano.

Paulo Freire nos advierte, que “el discurso de la globali­zación que habla de ética esconde, sin embargo, que la suya es la ética de mercado y no la ética universal del ser humano, por la cual debemos luchar arduamente si optamos, en ver­dad, por un mundo de personas”... “El discurso ideológico de la globalización busca ocultar que ella viene robusteciendo la riqueza de unos pocos y verticalizando la pobreza y la mise­ria de millones”.
Pero la globalización no se limita al aspecto puramente eco­nómico; en realidad, es un proceso pluridimensional que com­prende aspectos vinculados a la economía, las finanzas, la cien­cia y la tecnología, las comunicaciones, la educación, la cul­tura, la política, etc. Sin embargo, es la globalización econó­mica la que arrastra a todas las demás, y se caracteriza por ser asimétrica, a tal punto que el mismo George Soros, gran gurú del capitalismo, acepta que la economía global no ha conduci­do a la formación de una sociedad global, donde los beneficios de la globalización sean mejor distribuidos. De ahí que Fede­rico Mayor afirme que el primer problema de la globalización es que no es global. Según el mismo Soros, esta es una de las causas principales de la crisis del capitalismo en su versión “salvaje”. Y es que la construcción de una sociedad global o mundial requeriría un compromiso con valores como la soli­daridad, que está ausente en el decálogo neoliberal.

Los países nórdicos han logrado una forma de capitalismo solidario, donde el gobierno y el sector privado trabajan armó­nicamente y generan bienestar social. Por otra parte, la globa­lización es inescapable y no es per se buena ni mala, depende de como nos insertamos en ella, para sacarle beneficios, como lo han hecho los países del sudeste asiático, China v la India, generando sus propios modelos de inserción. Llegó para que­darse. El Informe Delors nos dice que “la globalización es el fenómeno más dominante en la sociedad contemporánea y el que más influye en la vida diaria de las personas”. La Educa­ción para el siglo XXI debe enseñarnos a vivir juntos en la “al­dea planetaria” y a desear esa convivencia. Ese es el sentido del “aprender a vivir juntos”, uno de los pilares de la Educa­ción para el siglo XXI, de suerte de transformarnos en “ciuda­danos del mundo”, pero sin perder nuestras raíces culturales, ni nuestra identidad como naciones. No podemos resignarnos a vivir en el barrio pobre de la “aldea planetaria”. Afirma al respecto Manuel Castells: “No hay otro remedio que navegar en las encrespadas aguas globales... Por eso es esencial, para esa navegación ineludible y potencialmente creadora, contar con una brújula y un ancla. La brújula: la educación, informa­ción, conocimiento, tanto a nivel individual como colectivo. El ancla: nuestras identidades. Saber quienes somos y de donde venimos para no perdernos a donde vamos”.

Frente a esta problemática mundial, que desafía la inteli­gencia, creatividad y responsabilidad de la “nación humana”, surge como impostergable una nueva visión del mundo y del futuro de la especie humana, si ésta ha de sobrevivir al siglo XXI. “Nunca antes, en la historia de la humanidad, nos dice el filósofo francés Edgard Morín, las responsabilidades del pen­samiento fueron tan abrumadoras”. El gran desafío es si sere­mos capaces de elaborar “un nuevo sistema de ideas” de “re­pensar el mundo”, porque ha llegado el momento de redefinir el rumbo y el sentido de la vida, si es que queremos que no se extinga sobre la faz de la tierra. Esta crisis de la concepción del mundo y de la vida sólo la podremos superar si somos capa­ces de inventar un nuevo humanismo y dar un horizonte éti­co a nuestro rumbo”.

En su última obra Un mundo nuevo, el Profesor Federico Mayor afirma: “El siglo XX nos legó dos transformaciones de gran calado que han alterado profundamente nuestra visión del mundo: la revolución científica, que al par de extraordina­rios descubrimientos nos ha llevado de una edad de certera y dogmatismo a un océano de dudas e incertidumbres; y la ter­cera revolución industrial, que está cambiando radicalmente la sociedad contemporánea por el influjo de los avances de la informática y la telemática, que paradójicamente acercan a las naciones por el fenómeno de la mundialización y, a la vez, las alejan al generar desigualdades cada vez más abismales entre ellas en cuanto acceso a los beneficios de la globalización, el conocimiento y la información”.

Tras examinar los retos y desafíos que enfrenta la huma­nidad, sobre la base de la más reciente información científi­ca disponible, Mayor aboga por un cambio de rumbo. Hay un “malestar en la globalización”, como el “malestar en la civiliza­ción” que detectó Freud en su tiempo. Asistimos a un “crepús­culo civilizatorio”, cuya raíz más profunda se encuentra en la crisis de valores y las llamadas “enfermedades del alma”. Pero, estamos aun a tiempo de conjurar el “crimen perfecto” que es la autodestrucción de la especie humana. “Uno de los retos decisivos del siglo XXI, agrega el Profesor Federico Mayor, ex Director General de la UNESCO, consiste en elaborar un pa­radigma de convivencia entre los pueblos que permita evitar, por un lado, el riesgo de atomización de la humanidad en en­tidades cada vez más reducidas (el “tribalismo”) y por otro, el sometimiento a las fuerzas homogeneizadoras que amenazan con avasallar y desnaturalizar todas las culturas”.

Entre los pensadores que abogan por una globalización di­ferente se encuentra el Premio Nobel de Economía Joseph E. Stiglitz, quien en su conocida obra “El malestar en la globali­zación” propone una “globalización con rostro más humano”. Stiglitz estima que cada país debe asumir la responsabilidad de su propio bienestar y promover un crecimiento sostenible, endógeno, equitativo y democrático, afirmando en sus propios valores y cultura, sin dejarse conducir dócilmente por las rece­tas de los organismos internacionales de financiamiento. Así sería posible, como recomienda Paul Kennedy, generar un cre­cimiento económico, sin el cual el combate a la pobreza y el desempleo no es posible, pero ese crecimiento debe ir acom­pañado de mejoras substanciales en el tejido social.

El prestigioso Club de Roma dice que la globalización no es ni enteramente buena ni mala, depende de cómo se utili­ce, de la manera como se ejerce. Tiene dos caras, dice Daniel Zovatto, como el dios griego Jano y su problema principal es que no es realmente global, como vimos antes, sino fragmen­tada. Como resultado acumula las ventajas en un sector cada vez más reducido de la población y extiende las desventajas a sectores cada vez más amplios. Los gobiernos de todos los países y la sociedad civil organizada (ONG's) deberían tratar de incidir más en su “gobierno” de manera que se promueva una globalización más globalmente compartida, socialmente responsable y solidaria. Se requiere promover la gobernanza de la globalización. El Club de Roma considera que ha llega­do el momento de invertir la vieja recomendación de “pensar globalmente y actual localmente”. Consecuente con el crite­rio de partir de los sectores marginados o excluidos, es preci­so reconocer que las ideas que más inciden en el cambio pue­den germinar localmente y de ahí extenderse a nivel mundial, como ha sido el caso del Grameen Bank en Bangladesh, que solo presta dinero a los más pobres de los pobres, usualmente mujeres, pero que ostenta el envidiable record de tasas de re­cuperación de créditos más altas que los bancos comerciales”. Su fundador, Muahammad Yunus, mereció por su iniciativa el Premio Nobel de la Paz del año 2005.

“El siglo XX, nos dice el profesor brasileño Cristovam Buar­que, superó todas las expectativas en cuanto a avances técni­cos y económicos, pero fue un fracaso desde el punto de vis­ta de la construcción de una sociedad utópica para todos”. La informática y la telemática, la revolución en las comunicacio­nes han integrado a la especie humana en una sola sociedad universal, pero dividida por una “cortina de oro”, como dice el profesor Cristovam Buarque, “que separa a los que usufruc­túan la abundancia, la riqueza y el lujo, de aquellos que es­tán inmersos en la más clamante miseria, hambre y suciedad”, agrega Buarque[2]. En América Latina, es válido lo afirmado por el Banco Mundial, acerca de que es la región donde se da “la más extrema polarización distributiva del mundo”: 39.8% (209 millones de personas) vive en condiciones de pobreza, mien­tras el 15.4% (81 millones) en situación de indigencia, a pe­sar que la economía de América Latina creció 4.71% en el año 2006, según la OIT.

En última instancia, nos dice Ernesto Sábato, “se trata, de recuperar cuanto de humanidad hayamos perdido.



[1] García Canclini, Néstor: La globalización imaginada, Paidós, Argentina 1era. Edición, 1999, p. 45 y sigts.
[2]  Barquee, Cristóbal: La Cortina de oro.  Los sustos técnicos y sociales del fin de siglo y un ensueño para el próximo, Colección Utopos, Colección Comunica, 1997, p. 13 y sigts.

Los desafìos de las universidades en el Siglo XXI

Sìntesis

¿Qué es la didáctica? ¿Una teoría, una práctica, una tecnología, una ciencia? ¿Cómo podemos contestar estas preguntas? ¿Por qué es necesario hacerlo?
El artículo leído nos permite resolver estas interrogantes, mediante los criterios epistemológicos de la didáctica. Llámese a estos últimos, a los métodos que nos permiten analizar determinados temas de manera reflexiva y con rigor.
El concepto didáctica actualmente se encuentra en un período de crisis de identidad, de reconfiguración, de revisión y redefinición. ¿Por qué? Porque las ideas y pensamientos de los especialistas en el tema han evolucionando, de acuerdo a las necesidades, exigencias y características del mundo en un momento dado. Ahora nos enfrentamos ante los nuevos desafíos del Siglo XXI y esto hace necesario que le echemos un ojo a lo que antes creíamos definido.
Originalmente algunos pensadores opinaban que la didáctica era una disciplina científica (Sacristán y Camilloni). Otros afirmaban que era una teoría e incluso que era una ciencia de la educación. La didáctica tenía en sus inicios un esquema normativo o transmisivo, producto de las corrientes filosóficas del momento. Esto fue evolucionando hasta tener un enfoque tecnológico, basado en la enseñanza por objetivos.
Mediante esta lectura llegamos a la conclusión que la didáctica es una práctica normativa y en el último escalón una tecnología, pero de ninguna manera una ciencia.
El objeto de estudio de la didáctica siempre ha sido y siempre será la enseñanza, pero vista de una forma compleja y macro.
Todo esto debe interesarnos como futuros docentes que aplicaremos la didáctica en el proceso de enseñanza que desarrollaremos con nuestros estudantes.